17 -MIS RECUERDOS DE SAN MILLÁN (2ª parte)


También recuerdo de mi infancia que en esta iglesia el mes de María, los chiquillos que no teníamos flores en casa, íbamos al campo a por ellas. Allí cogíamos varitas de San José y otras flores menos duraderas y las llevábamos a la Virgen, después había un acto religioso y seguidamente se procesionaba en andas una virgen a la que acompañábamos rezando y cantando el Santa María y otras canciones, hasta dejarla en casa de algún enfermo del barrio, donde permanecía hasta otro día, que íbamos a por ella muy temprano y con el mismo ritual se devolvía al templo. Esto se hacía creo todos los años durante una semana. Y si no me falla la memoria lo mismo creo que se hizo cuando se trajo a la iglesia la Virgen de Fátima.
Otro acto al que asistí fue cuando vinieron los padres predicadores con la Santa Misión, estos estuvieron durante una semana predicando por las tardes en las iglesias de la ciudad. En ésta de San Millán, para convocar a los feligreses, pusieron altavoces en la Plaza de los Olleros y también en la puerta de la iglesia, yo iba porque el acto lo empezaban con unas agradables, y a veces cómicas, charlas a las que le seguía un pomposo sermón, que a mí me gustaba por la bella y fluida oratoria que empleaban estos servidores de la Iglesia. El día final nos llevaron a los feligreses de todas las parroquias a la Plaza de Santa María y allí, entre multitud de ubetenses, terminó la labor de aquellos extraordinarios oradores, y para recuerdo de su visita dejaron, en la fachada de cada iglesia, la cruz vacía que habíamos usado en todas las procesiones.
El último de mis recuerdos es referido a la fiesta de la Ascensión, en la que se procesionaba por la calle Valencia con todos los balcones engalanados, a la Virgen de la Soledad, acompañada de gran cantidad de devotos. Por aquellos años de mi niñez esta fiesta estuvo durante muchos años organizada por el alfarero Alfonso Góngora de la Paz ,“el Chato Guindilla”, hombre muy pío que se encargaba de pedir donativos para los gastos de esta fiesta. También lo veía haciendo de monaguillo en San Millán los días que había misa. Pues bien parece ser que aunque esta cofradía era de albañiles, el día de la Ascensión, los que acompañaban a la virgen eran todos los alfareros de la ciudad, y según me han dicho, la dueña de la cantera del barro “colorao”, de donde se surtían nuestros artesanos, tenía ordenado que al alfarero que no fuera a misa o a la procesión, no se le vendiera barro. Por ese motivo creo que no faltaba ni uno.
Debido a que yo vivía muy cerca, bajaba sólo a esta verbena, pero mi madre me alertaba de que si veía alguna pelea, me retirara, porque decía que cada año mataban a uno. Yo creo que la cosa no era para tanto, pues no recuerdo ver nunca una pelea, o es que a lo mejor esas pendencias ocurrían luego a la noche. Lo que sí sé es que aquello era un hervidero de gente de todas las edades, que paseaban tanto por la plazuela, como por la calle Valencia, y aunque muchas eran personas del barrio, otras bajaban a la procesión y a la vez visitaban a sus familiares o amigos, pues por entonces las casas estaban habitadas por muchos vecinos, salvo las que eran alfarerías que sólo vivía la familia del artesano. Seguirá...

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