18- EL HAZA DEL FOLLE
En mi libro de toponimia decía que, dado que me crie junto a este quiñón de tierra, los juegos y aventuras que recuerdo haber vivido con los demás niños y niñas de la vecindad son numerosos. Es por ello que he querido traer a estas páginas un poco de la historia de este pedazo de tierra, a la que los vecinos denominábamos el Solar de “el Folle”.
La extensión del mismo –tal como se puede ver en la fotografía - era, de norte a sur, desde los corrales de las casas de la Cuesta de la Merced hasta los de las casas de la Cuesta de Aguirre y, de saliente a poniente, desde la calle de San Millán hasta la calle muralla del mismo nombre. El trozo era pequeño pero estaba repartido desde antiguo entre tres propietarios. Así, hemos hallado que:
- 4 celemines pertenecían al vinculo que crearon los hermanos don Rodrigo y doña Luisa Orozco, los cuales estuvieron en posesión de esta familia hasta llegar a poder del IV Conde de Santa Ana de la Vega.
- Otro trozo pertenecía en 1565 al obispo don Diego de los Cobos, o sea, al Hospital de Santiago, y en posesión de él estuvo hasta la desamortización de Mendizábal, que pasó al Estado.
- Otra pequeña parte de este solar con 1 celemín y 1 cuartillo, era propio en 1907 de doña Dolores Piñera Díaz, la cual la vendió a Miguel López Alameda y cuando se urbanizó el solar, su hija María edificó la casa donde habita.
A.H.M.Ú., F.P.N. protocolo nº 2.208 folio 514 y protocolo nº 2.556 folio 2922 vuelto. Torres Navarrete, Ginés: Historia de Úbeda en sus Documentos, tomo VI página 174.
A continuación paso a relatar los recuerdos: Primeramente diré que este solar, tal como se aprecia en una foto, de antiguo estaba sembrado de viña y una higuera, pero como sería un calvario poder conservar sus frutos sin que los robaran, decidieron arrancarlas y sembrar cada año cebada. También era un martirio conservar ese cereal hasta su recolección, primeramente porque había que mirar que no se metieran los niños a pisar el sembrado y segundo porque cuando llegaba a tener espigas los niños las cogíamos para comérnoslas. O sea, que Josefa estaba todo el día dando voces para espantarnos. Ya cuando segaban el cereal aquello era un auténtico parque donde jugábamos alegremente sin que nos regañaran. Este solar tenía, frente a la puerta de la casa de la dueña, una pila donde lavaba su ropa y un albaricoquero, que le daba sombra y era regado con las "lavacias" del lavado.
Además, en cada esquina del solar que daba a la calle Muralla de San Millán había un muladar, donde las vecinas del barrio tiraban sus basuras. Basuras que los niños registrábamos para ver si hallábamos algo que llamara nuestra atención, algo como las cajas de cerillas, pues coleccionábamos su portadas, también las chapas de las botellas de los refrescos o cerveza para jugar a la trompa, o algún metal, etc.
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Cuadro en donde se ve claramente el camino que la atravesaba en diagonal |
El solar como se puede ver en las fotos lo atravesaba en diagonal un camino que usaba la gente para bajar a la calle Llana de San Millán. En ese paso de personas otros niños solían hacer hoyos que llenaban de agua y orines revueltos con tierra de la que salía una gachuleta que disimulaban con papel y tierra y el que la pisaba no veas como se ponía el pie, además que se exponía a torcerse un tobillo o caer. Otras veces hacían un hoyo pequeño y echaban carburo con agua y lo tapaban con una lata y lo prendían con cuidado por un lado y aquello explotaba y la lata salía lanzada. Aquello eran las pruebas de los cohetes experimentales para ir a la luna.
Otro uso que tenía el solar era que cuando no había nada sembrado las casas que no tenían corral con muladar, cuando se llenaba el pozo ciego de los retretes, sacaban todo el contenido y lo depositaban en un hoyo que cavaban allí y lo cubrían con estiércol o arena para que no oliera. Una vez sacaron uno de estos pozos y yo no me enteré y cuando fui a jugar allá, algo debí ver en el centro de aquel pastel que me llamó la atención, y me dirigí a por él. Y aunque, como podéis ver en la foto yo era pequeño y pesaba poco, me hundí hasta el pecho. De allí salí como pude todo rebozado y maloliente y me dirigí a mi casa. Cuando mi madre me vio así, todo eran reproches, regañinas y azotes.
Antonio Millán en su libro primero del Ubedí básico, narra algo parecido, que sucedió en la calle María de Molina, pero contado con la gracia que él tenía para esto.
Por último dos fotos de las nuevas calles Cuesta de San Juan y Cuesta de la Soledad, por cierto olvidaba decir que a lo largo de aquel viejo bardal se criaban grandes matas de ortigas y malvas. De estas últimas nos comíamos los panecillos que criaban.
Juan Gabriel Barranco Delgado
Úbeda, Reino de Jaén a 15 de enero del año 2019.
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