23-LA PUERTA Y CUESTA DEL LOSAL (III parte)
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Una vista algo borrosa de la calle Losal en la que se pueden ver los escalones |
Estando un día de guardia, ocurrió que pasaba por la ventana de Rosita un chiquillo con un cesto y en ese momento cayó de lo alto del torreón una serpiente con una lagartija en la boca, y como la serpiente se le metió en el cesto, recuerdo que hasta que la bicha salió del cesto, se armó un buen revuelo, no recuerdo si la mataron. Y es que en la muralla las serpientes abundan, ya dije que una vez cayeron dos liadas a mi lado, mi hermana encontró otra en su cámara y mi gata una vez bajó de la muralla con una pequeña en la boca. A propósito de lo que digo, ayer Día de Andalucía, cayó una de la que aporto foto.
Una tarde, cuando estaba jugando con los amigos esa zona del arco, presenciamos una cosa insólita. Vimos venir por la calle Fernando Barrios un coche corriendo y pitando mucho, nos apartamos y el vehículo vino a chocar con la esquina del torreón. Según dijo el conductor el auto se averió y no podía pararlo y el hombre lo dirigió hasta allí.
Una cosa que nos llamaba la atención a los vecinos era cuando los padres carmelitas del Convento de San Miguel, pasaban algunas tardes con veinte o más seminaristas uniformados para dar un paseo y merendar en el campo.
Refiriéndome a la vecindad y negocios de la calle diré que frente a mi hermana había una industria de hacer cuerdas y estropajos de esparto, esta estaba regentada por Lucas Román Marín. Recuerdo que, debido al mal estado de la calle, allí no podía bajar ningún vehículo, por lo que los empleados tenían que llevar acuestas, desde la casa del jefe a la fábrica, los hazes de esparto. Una vez allí los machacaban en unos rulos que tenían al fondo del corral y una vez machacado lo llevaban a los peines, para dejarlo muy fino. Después pasaban a los hiladores y, por medio de la rueda que solía manejar un chaval, hilaban y hacían las cuerdas. A mí me gustaba meterme allí porque me distraía ver como se confeccionaba este artículo. Las cuerdas podían ser de dos, tres o más ramales según fuese cuerda, tomiza o soga.
Como he dicho, Lucas vivía con su esposa María Padilla Olivares e hijos en la Casa del Obispo Canastero, pero cuando el hombre murió, su señora se trasladó a una casa que ella mandó construir en la fábrica. María era una señora encantadora, guapa, formal, educada, trabajadora y con un tesón y firmeza fuera de serie. Al quedarse viuda con siete hijos pequeños, tuvo que coger las riendas del negocio y, junto con ellos, llevarlo adelante con no pocas dificultades. Al final todos estudiaron y todos están bien situados.
La nave de confeccionar las cuerdas estaba pegada a la muralla y su fachada daba a la cuesta, por lo que su presencia no dejaba ver el torreón de la muralla. Por eso, cuando la Escuela Taller estuvo allí haciendo una intervención, Antonio, un hijo de Lucas y María, desinteresadamente dio permiso para que la Escuela Taller rebajara esa pared y así se pudiese ver la muralla en su plenitud. Lástima que las raíces de la gran alcaparronera que hay allá está abriendo el muro, ya una vez despidió a la calle una buena piedra, pero no le dio a nadie.
Esperemos que algún día no suceda lo que ocurrió en 1868 al arco de la Puerta de Toledo, suceso que perpetúa una canción que tiene esta letrilla: “El día de San Miguel,/ se cayó el Arco de la Plaza,/ y a matado a una mujer,/ que llamaban la Tomasa”.
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