33-MANOLO “EL BARQUILLERO”
33-MANOLO “EL BARQUILLERO”
Este artículo fue publicado en 1996 en la revista Gavellar, nº 232 y en El Periódico de la Loma, n 48, de 30-10-1993.
Muchas son las personas que recuerdan a "el Pollo", aquel trapero pelado al cero que iba por las calles vendiendo quincalla y otras veces barquillos de canela. Pero lo que yo quiero dejar claro es, que el verdadero introductor de los barquillos de canela con espectáculo en Úbeda y los pueblos de alrededor, se llama Manuel Checa Yuste, el cual aún vive en nuestra ciudad.
Este simpático y popular personaje nació en Jamilena, hijo de padre de allá y de madre carolinense. Con ellos vino a nuestra ciudad cuando contaba cuatro años de edad, trabajando de porquero en el cortijo de Calatrava, donde su madre estaba de casera. Cuando tenía trece años de edad marcharon a Granada. Allí fue donde Manolo dejó el campo y se hizo vendedor de los tortazos, que le dieron fama. Los llevaba en una cesta de mimbre plana y alargada, y los vendía o cambiaba por trapos viejos, alpargates o metales.
De allí pasó con su negocio a Málaga, ciudad donde casó con una de allá y en la que permaneció hasta que decidió volver a nuestra ciudad en 1952.
Por aquel tiempo, todos los vendedores ambulantes que vendían u ofrecían sus servicios por las calles, lo hacían pregonándolo a viva voz. Así podíamos oír a lo largo del año a los vendedores de leche, pan, carbón, candela, al trapero, al afilaor, al paragüero, al hojalatero, (artesano este con el que disfrutábamos la chiquillería viéndole remendar los cacharros metálicos o poner lañas a las orzas o lebrillos rajados). Casi todos estos personajes ponían un gracejo personal al pregonar lo suyo. Así podíamos oír: “¡Carbón de encina, candela!”, “¡Madroños de la sierra!”, “¡Polos de Linares!”, “¡Queso manchego!”, “¡Garbanzos torraos!”, y entre estos y muchos más, estaba Manolo con sus tortazos de canela de varios colores. Él era el más popular entre la chiquillería, pues cogía una de aquellas obleas en la mano y alzándola y aireándola, se giraba en redondo a la vez que cantaba esta canción que le hizo famoso entre chicos y mayores:
Vaya, vaya, de La Habana,
de la China, del Japón,
del capuchín, del capuchón,
del volantín, del volantón,
¿a quién le vendo otro vagón?
Se toman los trapos “cágaos” y “meaos”
que hay por los rincones
que crían pulgas, chinches y ratones.
El que los prueba repite
si el bolsillo lo permite
y al que no, le da la gripe.
Y allá acudían los chavales con sus prendas viejas a cambiarlas por aquellas golosinas que prometían venir de un país lejano. No tenía mala suerte nuestro personaje con la venta de su producto, por lo que pronto le salió quien le hiciera la competencia, y para no copiarle íntegra la cándida coplilla, le cambiaron algunos párrafos hasta dejarla en la vulgar ordinariez que “el Pollo” cantaba. Pero ello tuvo su castigo, pues una vez que bajó a la población vecina de Jódar, se ve que una señora que había en un balcón -al parecer esposa del alcalde- no le gustó la soez coplilla, llamó a los guardias municipales y éstos, después de calentarles el bulto, los expulsaron del pueblo.
A los pocos días bajó Manolo, que nada sabía de aquel incidente, y vio que la gente -imaginando que también le iban a calentar- le miraban con cierta guasa y malicia. Esta actitud le tenía “escamao” y no comprendió el motivo hasta encontrarse con los guardias que le pidieron le cantase la canción, él lo hizo y al ver estos que no era igual a la de los días anteriores, le contaron lo sucedido y le dejaron seguir con su venta.
Cuenta Manolo estas otras anécdotas. Dice que cuando vendía en Granada, una vez entró a un bar, y para llamar la atención de los chiquillos dejó la cesta en la acera, y mientras bebía en el mostrador un chato de vino, él vigilaba constantemente, pero de pronto apareció un perro vagabundo y en un instante alzó su pata y dejó todos los barquillos hechos un asco. Otra vez que dejó la cesta en el suelo para anunciar su producto, vino de pronto un remolino y no le dejó ni un solo barquillo en la cesta.
Me dice también que una vez que fue a Linares, nada más llegar y cuando más entusiasmado estaba cantando su canción, de pronto, y sin saber de dónde vino, le pegó una piedra en la cabeza que lo dejó tambaleándose, por lo que sin más cogió su cesta y se volvió a Úbeda.
Una cosa parecida le sucedió en Torrox, pues estaba haciendo su número a la hora de la siesta, y alguien que se sentiría molesto le tiró un cubo de agua desde una ventana o balcón y lo puso “tupío”.
Dice que tanto éxito tuvo su canción, que aunque no fuese vendiendo era pasar por algún sitio donde hubiera un grupo de personas, chicas o grandes, le cantaban su canción, lo cual le ponía muy nervioso.
Y esta es a grandes rasgos la historia de aquel humilde barquillero, que con la cesta en la mano y el saco al hombro, iba vendiendo un producto que hacía las delicias de los chiquillos, hacía espectáculo y recogía las cosas inservibles de las casas. Manolo aún vive en la residencia de ancianos de Úbeda.
Juan Gabriel Barranco Delgado
Úbeda, Reino de Jaén a 21 de abril del año 2019
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