34-LA ERMITA DE LA CRUZ DE HERRERA (y 2ª parte)
Con lo dicho, creemos que queda claro que la ermita de la Casería Gómez fue construida por la familia Gómez-Castaño en tiempos del obispo don Benito Marín, y el seguir creyendo en fabulas es un error, pues caso de que hubiese habido algún oratorio en tiempos lejanos estaría registrado, tal como lo están las dieciséis ermitas que hubo en nuestro término en el libro: Catálogo de los Obispos de las Iglesias Catedrales de Jaén y Anales Eclesiásticos de este Obispado, escrito por el historiador Martín de Ximena Jurado en el año 1652.
Pero como en este mundo todo tiene su fin, veamos lo que pasó con dicha ermita. Ya hemos dicho que el canónigo don Pedro Castaño dejó escritas una completísima serie de normas y ordenanzas para que el oratorio se mantuviera en perfecto estado de conservación para la perpetuidad, pero el caso es que cuando en 1836 derogaron los mayorazgos, vínculos y señoríos y dejó de heredar todo el primogénito para ser repartido entre todos los hijos habidos en el matrimonio, el lugar dejó de cuidarse y en 1852 cuando Miguel Gómez León hace el reparto de sus bienes, ya estaba la ermita desaparecida. Lo que sí permanecía era la Cruz de Herrera pero en 1936 se destruyó, y aunque en 1960 se reconstruyó, parece ser que hace poco ha sido retirada del lugar por sus actuales propietarios; o sea que no queda absolutamente nada de todo lo que allí hubo.
Pasemos ahora a describir qué pasó con aquel capital. Como anteriormente dije el vínculo lo crearon el Jurado de Úbeda, don Francisco Gómez de la Torre y García y su esposa doña Catalina San Pedro Zayas y Castaño. A estos les heredó su hija Ana Gómez Castaño. A ella su hermano el Canónigo de Santa María don Pedro Gómez Castaño, que como ya he dicho, aumentó el vínculo con muchas más propiedades. A este le siguió su otro hermano don Francisco Gómez Castaño, escribano del Concejo de Úbeda. A a su vez le heredó su hijo Francisco Gómez Chinchilla, abogado en la Real Chancillería de Granada. A este le siguió su hijo don Miguel Gómez León y, como en vida de Miguel fue cuando el gobierno de la Nación aprobó la abolición de los mayorazgos, este, que sólo tuvo un hijo llamado Patricio y una hija llamada María Dolores, empezó a vender alegremente fincas.
Como la hija vivía con su esposo, que era médico, en Santisteban del Puerto, no se enteró del expolio que hizo su padre hasta una vez fallecido. Fue al hacer las particiones de la herencia, cuando descubrió lo que su padre y su hermano habían vendido a sus espaldas. Los hermanos se reunieron y llegaron a un acuerdo en el reparto de las fincas y las casas.
Patricio Gómez Honrubia vivía con unos parientes de la madre pero se ve que ,viviendo con el padre se había acostumbrado a una vida cómoda y licenciosa, y para costear ese ritmo de vida no paraba de vender propiedades. La manzana de casas que tenían en la plaza de Carvajal, donde siempre habían vivido toda la familia, la partieron y la mitad que le correspondió a él la entregó a un pariente suyo a cambio de unas deudas que tenía contraídas con el mismo. El nuevo dueño mandó construir varias casas en el corral y, a la casa que hace esquina a calle Santa María, se mudó Patricio. Este había tenido un hijo con una muchacha viuda y años después se casó con ella con la que tuvo tres hijos más que murieron niños. Cuando Patricio murió en 1875 nada le quedaba de las casas ni de la casería ni del cortijo; pues todo lo había despilfarrado.
Su hermana María Dolores Gómez Honrubia, como ya hemos dicho, había casado en Villacarrillo con Baltasar Honrubia Gómez, un pariente de su madre que era médico, y de cuyo matrimonio nacieron cinco hijos, cuatro murieron de poca edad y solo sobrevivió una llamada Inés Honrubia Gómez.
Doña María Dolores administró sus bienes algo mejor que el hermano, pues construyó casas en su parte de la manzana y, aunque habitó en unas de las que construyó, en 1890 se cambió a la calle Real Viejo. Viviendo allí, hizo su testamento en donde manifestó que cuando muriera dejaba por herederos de sus bienes a su hija Inés y dos sobrinos. Más tarde quedó ciega y ante esa adversidad decidió entrar, junto a su hija, como pupila en el convento de Santa Clara de Úbeda. Allí ellas se costeaban su manutención y a la vez pagaban setenta y cinco céntimos diarios para que les sirviera una novicia. Las monjas para asegurarse que eso se cumpliera valoraron la mitad del cortijo de Ana Prieta en tres mil pesetas y lo pusieron como aval. Cuando doña María Dolores murió su hija Inés se quedó en el convento y profesó con el nombre de Sor Inés de San Joaquín Honrubia Gómez. Por otros documentos he comprobado que siendo monja vendió todo lo que le quedaba.
Y hasta aquí la historia de esta antigua y devota familia de la Virgen de la Soledad.
Juan Gabriel Barranco Delgado
Úbeda, Reino de Jaén a 2 de agosto de 2018
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