35-MIS RECUERDOS SOBRE PALMA BURGOS (1ª parte)
Esto lo publiqué en la revista Gavellar, nº 227, año 1996:
El pasado 24 de noviembre se cumplieron cuarenta años que entré a trabajar al taller que don Francisco Palma Burgos tenía en la iglesia de Santo Domingo. Ingresé por mediación del carpintero-ebanista Antonio Cazorla Mora, el cual estaba casado con una hermana del conocido poeta y escritor Alfonso López Muela.
Recuerdo que por aquellas fechas se estaba haciendo el retablo y el trono de la Virgen de las Angustias, otro trono para el Santo Borriquillo y también el gran relieve de la fachada de la iglesia de los Jesuitas.
Para llevar a cabo esos trabajos había un buen número de operarios repartidos de este modo: En el altar mayor, los tallistas, al pie de éstos los carpinteros, más abajo los doradores, los canteros y el maquinista de la madera; y en la pared del coro estaba montada en barro, a tamaño natural, la fachada de la iglesia antes nombrada, la cual conforme don Francisco iba acabando de modelar las figuras, su hermano Mario y Góngora, las sacaban en moldes de escayola, y de ese estado, los canteros las pasaban a piedra. Junto a la puerta sur había tres capillas que se comunicaban entre sí, allí tenían el estudio don Francisco y su familia.
El equipo de tallistas estaba compuesto por Manuel Orcera, Sebastián López del Moral “el Seba”, Luis Sáez “el Músico”, José Roa García “el Potre”, y Nicolás Redondo Martos “el Coli”, este último y “el Seba” eran muy buenas personas, pues siempre me defendían de los insultos que Orcera me decía cuando no le hacía un recado a su gusto.
Los carpinteros estaban dirigidos por el gran maestro José Montero, el cual dominaba a la perfección la carpintería, la talla y el repujado. Él fue quien repujó las faldillas del trono del Borriquillo. También estaba Antonio Cazorla Mora; José María Mendieta Quesada, fue había sido jugador del Iberia, C.F.; Matías Díaz “el Tirabuzones”, apodo que se le puso por su abundante pelo rizado; y Esteban López Yerpes “Japelo”, el cual llevaba frito al maestro porque casi todos los trabajos los hacía mal.
De maquinista estaba Juan José Espino “Espinaca”, por deformación del apellido. Este operario era muy quisquilloso, pero yo me llevaba muy bien con él, y él fue quien despertó en mí la afición a la lírica, pues cuando venían compañías de zarzuela no se perdía ninguna y luego las cantaba allí.
De doradores estaban Alfonso Sierra Ortega “el Soso”, apodo que le venía por deformación del nombre; José López Garcia “el Mimbrales”, al cual se le puso este apodo porque además de cantar las saetas muy bien, también cantaba estupendamente la canción del “Príncipe Gitano” titulada Cortijo de los Mimbrales; Antonio Corral Cano “el Gitano”, apodo que se le puso por tener la piel muy morena, y Bernabé Arias Almagro, el cual era sordomudo, por esa razón tenía entrada libre a los cines y veía las películas gratis; luego era digno de ver cómo las explicaba en el taller con gestos y mimos. Tengo que decir que a este señor le imita extraordinariamente José Dueñas Molina, que también trabajó allí. También estaban un muchacho de Arjona llamado Manuel Rivas y Marcelo Góngora Ramos, al que por su minuciosidad y esmero se le decía “huevos o cojonazos”; estos dos ayudaban a los tallistas, a los doradores, a don Mario, a don José María y a don Francisco, indistintamente, pues todo se les daba bien.
Como canteros estaban Manuel Moral Expósito “el Pechos”, Miguel Gutiérrez Medina “el Largo”, Juan Navarrete Valenzuela y Bartolomé Jiménez Ruiz, al que por ser muy delgado le llamábamos “Mantecón”. Como aprendices estábamos Francisco Moya Martínez “el Cartas” y yo.
También, además de don Francisco y sus hermanos Mario y José María, estaba don Manuel Pérez Mercado “el Gafas”, que era el marido de su hermana. Este señor era el administrador y el que desarrollaba los bocetos que hacía don Francisco, pasando al taller los planos y medidas de todo cuanto había que confeccionar; a mi entender era el que más trabajaba, más daba la cara y más responsabilidad tenía.
Según hemos visto, a casi todos los empleados se les puso mote, tampoco yo me escapé de ello, pues “Mimbrales” me llamaba “Barranquito” y Góngora me decía “el Diente”, por referencia al que yo tenía partido; todos ellos fueron apodos que no trascendieron de aquel lugar.
Y es que salvo alguna excepción allá, siempre reinaba el buen humor y optimismo, empezando por don Francisco y familia que siempre tenían a mano el chiste y la sonrisa, además de una amabilidad y generosidad extremada. Esto último es lo que tenía casi siempre a don Francisco en apuros económicos, lo que dio motivo a que le sacaran el siguiente chiste:
“Decían que un día se encontró don Francisco con el oftalmólogo don Roberto Mairlot, y al preguntarle el doctor por su salud, don Francisco le contestó: "Sólo tengo un mal, don Roberto, y es que las letras se me juntan". "Pues vaya usted por mi consulta a que le observe". Y don Francisco le contestó: "No, don Roberto, si no son las letras de molde, son las del banco".
Fotos 1ª y 2ª, excursión a la Yedra el 8-4-1956.
Sigue el domingo…….
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