54-JUANA LA LOCA (1ª parte)


Esto fue publicado el año 1998 en la revista Gavellar, nº 254.
Después de leer el libro recientemente publicado, del que es autora la marquesa de Mavamorcuende y condesa de Santa Cruz de los Manueles, doña Milagros Lorens Casani, titulado «Ascendencia catalana de S.M. el Rey Don Juan Carlos I». Tengo que confesar que quedé tan impresionado al leer lo que relata de la infortunada reina doña Juana «la Loca», que no he podido sustraerme de ofrecer un extracto de esa historia, para publicarlo en esta revista, pues creo, que sus lectores, al igual que me sucedía a mí, desconocen en gran parte los sorprendentes hechos de los que fue protagonista esta reina de España.
La reina doña Juana I, nació en el Alcázar de Toledo el 6 de noviembre de 1479. Era hija de Fernando V “el Católico”, rey de Aragón, y de su primera mujer, Isabel I “la Católica”, reina de Castilla. Murió en Tordesillas el 11 de abril de 1555.
Doña Juana pasó su infancia rodeada de clérigos y severos educadores. Desde pequeña quería ser monja, y cuando sus ayos se descuidaban, dormía en el suelo y se flagelaba imitando las historias que le contaban de la vida de los santos. Tuvo una educación esmerada, a los quince años leía y hablaba correctamente el francés y el latín. Fue su maestra Beatriz Galindo, a la que llamaban “la Latina”.
Padecía Juana, desde su juventud, lo que los doctores llamaban melancolía. Los médicos de cámara Soto y Gutiérrez de Toledo la describen así: “Algunas veces no quiere hablar; otras da muestras de estar "transportada"... días y noches recostada en un almohadón con la mirada fija en el vacío”. Sufría continuas anormalidades, pasaba días y noches sin comer y luego lo hacía vorazmente.
El parecido físico con su abuela paterna era tal que su madre le decía cariñosamente “suegra”, y su padre “madre”. No era hermosa, tenía la cabeza muy alargada y achatada transversalmente, el labio inferior era grueso y esto hacía que le sobresaliera la mandíbula, la nariz muy larga, el cabello castaño y unos ojos sobresalientes y rasgados que le daban un aire exótico.

Cuando se firmaron los desposorios con Felipe “el Hermoso”, la princesa tenía diecisiete años. Felipe tenía todos los atractivos físicos, gran virilidad, un cuerpo apuesto, ágil y vigoroso. Al verlo quedó impactada desde el primer momento. El sentimiento de atracción fue mutuo y tal el deseo que sintieron al conocerse, que esa misma noche llamaron al sacerdote que los casó pese a la oposición de la corte, con lo que pudieron retirarse a su dormitorio y consumar el matrimonio.
Juana sentía por él un amor pueril y empalagoso, rayando en la idolatría. Sus celos hacían que se produjeran escándalos extravagantes. El amor de la infanta era de una patología enfermiza y desde el principio dio muestras de un desequilibrio sentimental. Se negaba a tener en su séquito damas españolas o flamencas y se rodeaba de esclavas moriscas.
En una ocasión sorprendió a una bella dama con una nota, que supuso escrita por su marido, exigió a la joven que se la entregara y ésta desobedeciendo prefirió comérsela. Juana se abalanzó sobre ella, la golpeó, le cortó las trenzas y le marcó la cara con unas tijeras. Eran tan grandes sus celos, que estando embarazada de su hijo Carlos, para no perder de vista a su esposo, tuvo que dar a luz en un retrete durante una fiesta. En otra ocasión, Juana, celosa de ver a su marido bailar con una dama, la pateó, golpeó y le tiró de los cabellos. Se lavaba la cabeza varias veces al día, síntoma, según los médicos, de esquizofrenia, y cuando sabía que su marido dormía en la habitación de al lado, se pasaba la noche dando golpes a la pared. Estaba dominada por una obsesión erótica que le hacía contraponer el amor y el odio a su marido, pero nada justifica la afirmación de que hayan sido los celos la causa de su locura, pues su abuela materna, Isabel de Portugal, había padecido el mismo mal.
Estando residiendo en España, su esposo tuvo que partir con urgencia a Holanda. Cuando se vio sola cayó en una profunda melancolía y saliendo de sus habitaciones a medio vestir, corrió hacia la verja, pero el gobernador cerró rápidamente. Juana se enfureció y amenazó, los servidores le pidieron que volviera a sus aposentos, pero la infanta no accedió. Pasó como una alucinada toda la noche en el patio temblando de frío, a la noche siguiente le encendieron una hoguera, a la que sólo de vez en cuando se acercaba. En vista de esta situación le dejaron partir para los Países Bajos.


Hasta el jueves…….

Comentarios

Entradas populares de este blog

1-INTRODUCCIÓN

2-LOS REFUGIOS ANTIAÉREOS (I)

16 -LA VENTA PAULA Y SUS ALREDEDORES